domingo, 26 de agosto de 2007

Quis custodiet litterae?



Uno no debería leer según qué a las 3 de la mañana...












... porque puede acabar pensando que quién lo ha escrito lo ha hecho a la misma hora y en un estado etílico mucho peor que el propio.

sábado, 18 de agosto de 2007

... ¿y disculpen la atención?

Mi querida amiga M0rn3n me envía esta divertida foto:






"Muchas gracias por las molestias"

Visto en una tienda de Sabadell, Barcelona.

viernes, 17 de agosto de 2007

Chorizos

- "Me han robado 5 euros y la tarjeta del metro. Te lo digo como anécdota. Adiós."

Y el usuario se fue por la puerta.


Esto me lo contaba hace pocas horas un compañero, tal como le sucedió a él. Lo que pasa es que, lejos de ser una anécdota, es el pan nuestro de cada día.
En las bibliotecas se roba mucho, seguramente más de lo que puedan imaginar. Y lo peor es que muchos de esos robos se podrían evitar, porque son pueden llegar a ser francamente absurdos.

En el caso del caballero que nos ocupa, dijo que había dejado la cartera un momento sobre la mesa. Quien fuera que le robase, tuvo tiempo de ver la cartera, abrirla, hurgar, seleccionar lo que se llevaba, y volver a dejarla ahí mismo. Uno diría "¿por qué deja alguien la cartera sobre la mesa y SE VA?" Pues no lo sé, pero lo que sí les aseguro es que habitual.
Parece que existe una curiosa tendencia, por parte de los usuarios de las biblios a dejar cosas a la vista, sobre la mesa, confiadamente, como si el lugar fuese inmune al latrocinio. ¡No caerá esa breva! La gente deja de todo. El robo más habitual, por lo que yo sé y he vivido en persona, es el móvil cuando la persona va un momento al lavabo. A ver... ¿tanto cuesta llevarse algo como el móvil? ¿O el bolso? Pues debe ser que la gente se compra móviles de plomo y rellena los bolsos con escombros de hormigón, porque los dejan en la mesa o en la silla para andar 10 metros.
Otro candidato ideal es el portátil. Cada vez hay más en las bibliotecas, ahora que tenemos conexión inalámbrica de buena velocidad, por lo que, con un par de descuidos, un chorizo cualquiera puede hacer su agosto. Lo mismo vale para PDA, MP3, y otro tipo de tecnología. Venden candados para el portátil, que permiten, según el modelo, bloquearlos para que no puedan usarse, o atarlos a algo. El otro día mis compañeras de la mañana tardaron en cerrar porque un usuario había dejado un portátil "encadenado", pero encendido, y se fue tan confiado. La verdad, no sé en qué pensaba: ante algo tan fácil, lo más probable es que le hubiese desaparecido la batería o cualquier otra pieza (la mayoría están a un solo tornillo de la extracción). Otras cosas que desaparecen con cierta frecuencia son las gafas (de sol o no), bufandas, paraguas, chaquetas...
Capítulo aparte merece el exterior, que tampoco es inmune. Ahora está en boga la bicicleta, medio de desplazamiento ideal para no contaminar, hacer ejercicio, y practicar insultos nuevos contra el ayuntamiento que toque y sus ideas para los carriles-bici. ¿Pueden creer la de gente que deja la bici en la puerta y entra "un momento" a coger una novela y salir? Más de las que deberían. Y como no, pasan cosas: el otro día lo hizo un usuario... y le robaron la bici en los siguientes 10 segundos. ¡¡Cómo corría el hombre para recuperarla!! No lo consiguió. ¿Y saben lo que es verdaderamente triste? Que delante del edificio tenemos un aparcamiento para bicis enorme, y la práctica totalidad de los que hacen la tontería llevan cadenas o pitones. Ay, la pereza...

En fin, que no se confíen. Jamás. Lleven siempre lo de valor encima, tanto si van al lavabo como si es a buscar un diccionario o a preguntarnos algo. (Casi) todas las bibliotecas tienen taquillas: úsenlas. Disfruten de su estancia en nuestros pequeños templos de cultura, pero no bajen la guardia. Por favor.

jueves, 16 de agosto de 2007

Bibliotecas de verano: el Efecto Guardería

Siempre recuerdo que mi primer trabajo en las públicas, como para la mayoría de los que estamos en ellas, fue una sustitución de verano. Cuando me contrataron, se me pasó por la cabeza el pensamiento de "Ah, verano... no debería haber mucha gente..."
Craso error.
Ahora que sé mejor cómo va el tema, comprendo la enorme tontería de pensar eso, pero si no se conoce, es más difícil. Básicamente, en verano viene mucha gente a las bibliotecas que están abiertas, pero la tipología de público cambia un poco.
En el caso de la sala infantil, donde me hallo ubicado últimamente, llamo a esa variación, sin demasiada sutileza, el "Efecto guardería". El motivo es muy sencillo: a grandes rasgos, y salvo excepciones, es en lo que nos convertimos. Curiosamente, este cambio se da porque las guarderías de verdad cierran, lo que precipita una oleada de progenitores con niños de muy corta edad hacia nuestras instalaciones.
Esto no es malo ni de lejos y este texto no es una crítica a ello. Lo que sucede es que esa corriente atrae una buena cantidad de usuarios nuevos, que no vienen durante el año y que, de hecho, no han venido nunca antes. Y eso, como decía, es bueno.
Lo malo es que algunos, al no conocer lo que son las bibliotecas, se alejan bastante de las normas de educación básicas. Vamos, que de hecho, más que no saber lo que es una biblioteca, no saben lo que es convivir con otros humanos...
Imagínese una sala poco llena, en silencio. Hay gente, pero si habla, lo hace en voz muy baja. De repente entra una pareja con un par de críos. Uno es un bebé. Está despierto y ya empieza a llorar. El otro es un terremoto de tres años que, tal como entra en la sala, se pone a correr, a gritar y a saltar. Esto es casi inevitable y es el pan nuestro de cada día, pero salvo por algunos recalcitrantes, el usuario medio ya sabe de qué va el tema y enseguida controla a sus vástagos. El usuario de verano se reconoce enseguida porque no sólo no va a decir nada a su retoño si la lía: encima sonreirá y/o lo alentará. Multipliquen eso por 10, por 20 ó por la cifra que más les horrorice y tendrán una asistencia como para provocar tembleque a la ludoteca más curtida.
Mientras los retoños desplazan muebles, lanzan muñecos cual granadas, o emiten agudos capaces de enviar al paro a sopranos de peso, los padres hablan por el móvil como si estuvieran en su casa, montan tertulias de la tarde, o se cuelan en los ordenadores destinados a los críos como si la carne de burro fuese transparente.
A todo esto uno destina una paciencia que no sabía que tenía y una capacidad de desplazamiento de un sitio a otro que semeja más al don de la ubicuidad que a la rapidez propiamente dicha. Lo máximo sería conseguir que no te mirasen con esa cara de “¿Y quién es éste que se atreve a sugerirme que mi angelito se porta mal?”
Y la culpa, por supuesto, no es de los críos. Incluso yo, que nunca me he avergonzado de reconocer que no me gustan los niños, tengo claro que la culpa es de los padres (¡ese Paiño!) Por eso me quejaba al principio del nivel de educación, que corresponde a ellos, y de la total ausencia del mismo.
El “Efecto guardería” se acentúa con los que dejan a los niños solos en la sala y se van a otras a conectarse a Internet o a leer el periódico, nombrándonos guardianes y soltando serpientes por la boca cuando nuestras palabras o nuestros hechos les recuerdan que los únicos responsables allí dentro de sus hijos son ellos y que nuestra carrera no es (habitualmente) psicopedagogía o magisterio.
En fin, les dejo, que se está colando otra bella criaturita por las escaleras del almacén, y la baba de los padres mientras contemplan como casi se rompe la crisma ya me llega a los pies.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Esas prácticas mesas

La bibliotecaria avanza por una sala medio vacía. Son las 12 de la mañana y hay poca gente. El sol luce y el buen tiempo está quitando usuarios a la biblioteca. Aprovecha para colocar bien algunas sillas y recoger algunos libros que ya se han usado. De repente, no puede creer lo que ve. Un usuario tiene desplegado sobre la mesa un mantelito improvisado y come sin rubor alguno un enorme y grasiento bocadillo, regado con una lata de cerveza.

- Disculpe, caballero, pero aquí no se puede comer...

- ¿No? Y entonces, ¿para qué ponéis las mesas?

jueves, 2 de agosto de 2007

Sin palabras

Aunque el título parece referirse más al involuntario silencio de este blog, se trata de mi estado literal, casi, durante estos días. Como no, me quedé sin palabras cuando me enteré del cierre de mi querida revista El Jueves, y si no he posteado hasta hoy nada (algo muy mal hecho, por cierto), es por puro estupor. Y quizá por ganas de ver un poco en qué iba acabando todo esto.
Secuestrar una revista en el año 2007, incluso en este país, parece algo más propio de un sistema dictatorial que a veces parece que aún asome la cabeza y algo más, que de alguien que vive en una nación occidental del s. XXI. Sin palabras: así me quedé.
Compro y leo El Jueves desde hace más de 20 años. En todo este tiempo, se han metido con cualquier institución que se pueda imaginar. Y de manera mucho más sangrante que con la portada del ya famoso número del secuestro. ¡Y eso que sólo era la portada! Recuerdo que estas últimas 2 semanas, la gente que sabe de mi devoción por la revista me preguntaba "¿Y por dentro qué pone?" Y la respuesta era obvia: "¡Nada! ¡El humor de siempre!" Y claro, no lo entiende. La mayoría de la gente no lo entiende. Y yo menos.
Como persona, ver que en este país sigue faltando sentido del humor, me decepciona. Y como bibliotecario, el secuestro de una revista me repugna, me asquea y me asusta. Sí, me asusta mucho que se siga intentando limitar de manera radical el acceso a la información y la cultura (si al menos este fuese el único intento que existe...), y me alegro mucho de haber contemplado cómo la medida provocaba, como es lógico, la reacción más contraria: la llegada de esa información a sitios en los que nunca había dejado huella. Desde aquí mi más sincero apoyo a esos humoristas y profesionales que tan buenos ratos me han proporcionado.