sábado, 1 de enero de 2011

Donaciones con bicho

Lo primero, los buenos deseos, que ésta es la primera entrada de 2011: ¡Feliz Año Nuevo! Aunque lea esto en diciembre, igualmente le deseo que lo pase lo mejor posible, le quede lo que quede de los 365 días.

Aunque hoy es festivo y no estoy trabajando, no puedo dejar pasar algo que me ocurrió ayer. Existe una figura de usuario que se dedica, el último día del año, a hacer limpieza de estanterías y cajones, y acercarse con los juguetes a donde pueda donarlos, a tirar papeles y facturas, y a llevar los libros a la biblioteca para ver si los queremos. Ayer vino uno de éstos.

Ya he comentado alguna vez las restrictivas normas de las bibliotecas públicas respecto a las donaciones: únicamente aceptamos aquello que tiene que ver con nuestra especialización, o con la colección local (sin perjuicio de examinar lo que nos ofrecen, que a veces hay libros nuevos de verdad). Esto no evita que, de tanto en tanto, si un usuario quiere regalarte algo te lo suelte encima del mostrador o lo deje en el buzón de devoluciones, a traición y con alevosía.

Imaginen que se les acerca un caballero con una mochila muy pesada, que abre y de la que rápidamente saca puñados de libros que te va apilando delante, a la vez que te comenta que a ver si los quieres, que si no los tiene que tirar, etc. Esta escena la he vivido más de una vez, pero nunca como ayer: al primer puñado de libros (algunos de los años '70 del siglo XX), una pequeña arañita (sí, esta entrada también va de ellas), trató de escapar de debajo de la pila, supongo que gritando para sí algo como "¡libre, libreeee!", con tan mala fortuna que el siguiente puñado de libros le atrapa una pata y la inmoviliza delante de mí. Sé que el usuario iba hablando y me decía algo, pero yo no podía apartar la mirada del pobre bicho y de sus inútiles esfuerzos para sacar la pata que tenía bajo una enciclopedia de mitología para niños. Me debatía entre comentarle al usuario si el arácnido venía incluído en la donación o era un habitante desplazado de su mochila, pero al final me pudo la compasión (¿o el asco?), y mientras el usuario seguía comentándome las excelencias de lo que quería regalar, me deshice del bicho más o menos disimuladamente con la ayuda de un papelito.

Así que ya saben: si van a donar libros (o a intentarlo), por lo menos, que vengan lo más solos posibles. ¡Gracias!

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