lunes, 20 de junio de 2011

Caridad cristiana

El bibliotecario pasa una de sus primeras tardes solo ante el peligro. Hace poco que ha cambiado de destino y está en una biblioteca que, aunque pública, conserva un importante patrimonio documental. Es consultable, pero las medidas de seguridad son exigentes. No se puede entrar con bolsas, ni siquiera con carpetas si no son transparentes. Normalmente no hay problemas. Muchos de los usuarios son habituales de la casa, conocen las normas y las cumplen de manera automática.

A media, tarde, el timbre del teléfono resuena en el mostrador. En la pantalla aparece que la llamada es desde la recepción. El jefe de seguridad le avisa que sube una usuaria que no ha querido dejar una carpeta. Y no han podido pararla.
"No han podido pararla...", piensa el bibliotecario. "¿Tan fuertemente armada está? ¿Quién narices estaba a punto de aparecer por la puerta, una levantadora de pesas ucraniana?"
Nada más lejos de la realidad. El gruñido de la pesada puerta de entrada precede una señora mayor, de pelo plateado, bajita y enjuta. Eso sí, con cara de muy mala leche tras sus gruesas gafas. Más tarde, el bibliotecario se enterará de que es monja, aunque no lleve hábito, que tiene 84 años, y que es una vieja conocida de la casa.

El teléfono vuelve a sonar:
-¡La carpeta! ¡Tiene que darte la carpeta! - le gritan desde recepción.
Efectivamente, la ancianita lleva en la mano una carpeta gris, de plástico, comprada sin duda en un bazar multiprecio (el bibliotecario tiene un par muy parecidas). La carpeta es pequeña, no cabe ni medio folio, pero la biblioteca ya ha sufrido robos irreparables, y las normas son las normas. La anciana se encara a nuestro sufrido funcionario:
- Qué, la carpeta, ¿no?
- Pues sí. Creo que usted ya sabe que no puede subir con ella.
-¡¡Pues no te la doy!!, grita la monja, mientras se va hacia una mesa.
El bibliotecario no tiene tiempo ni de contestar. El teléfono suena de nuevo.
-¡¡La estamos viendo por la cámara!! ¡¡No la atiendas!! ¡¡Si no te da la carpeta, NO LA ATIENDAAAAASSS!!

El bibliotecario cuelga. Se siente entre la espada y la pared. Por una parte, comprende la norma, pero la sensación de que alguien se está pasando de revoluciones no para de crecer. Y hoy no hay nadie a quien consultar, ninguna compañera más veterana, ni la directora.
De todas maneras, no tiene tiempo de volver a hablar con la usuaria. Ella misma se acerca y le entrega la carpeta.
- Toma, ahí tienes. Me la guardas tú. ¿Pero tú crees que yo me voy a llevar algo ahí? - levanta la mano derecha. - ¿Qué ves aquí? - le pregunta al funcionario.
- Mmm... ¿una mano?
- ¡¡Pero bueno!! ¡¡Será posible!! ¡¡NO!! ¡ESTA mano sufrió un accidente hace tiempo! ¡Estoy operada y bla, bla, bla! ¡Tengo 84 años, bla, bla, bla, bla!
El discurso es largo, y seguramente no es la primera vez que lo pronuncia. Quiere dejar claro que ella es una usuaria inofensiva que no se llevaría un documento aunque pudiera. El bibliotecario, al que eso le ha quedado claro hace rato, sólo espera que el mal trago pase lo más pronto posible. ¡Un viernes tenía que ser!

...


Han pasado dos meses. Una tranquila tarde de finales de primavera ve salir al último usuario de la sala, en busca de los agradables rayos de sol, que se acerca al solsticio de verano. El bibliotecario se relaja y piensa que la última hora de la jornada podrá catalogar bastante en paz. ¡Iluso!
La puerta se abre y aparece la monja. El bibliotecario la ha visto muchas veces en las últimas semanas, pero se ha limitado a intercambiar un educado saludo y a tramitar sus peticiones de periódicos del siglo XIX, donde la mujer busca obituarios con una velocidad y precisión digna de admirar. Pero esta vez, la petición es directa: la usuaria quiere acceso a una hemeroteca digital, sólo consultable a través de Internet. Busca una esquela concreta y pregunta cómo hacerlo.
El bibliotecario accede a la página y hace la búsqueda. La base de datos es rápida y efectiva, así que al cabo de poco, encuentran lo que busca la usuaria, la cual no para de sonreír. Parece realmente feliz.
- Hay que ver qué diferencia con el primer día, ¿eh? Ese en que me querías matar...
- ¿Cómo diceee? Me parece que no es así, ¿eh?
- ¡Ah, no! ¡Es cierto! ¡¡Era yo la que te quería matar a ti!!

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