miércoles, 9 de septiembre de 2009

Más sobre móviles

Cada día tengo que cantarle las 40 a un usuario, como mínimo, porque le pille hablando por el móvil. Esta práctica, sobre la cual tenemos la biblioteca completamente empapelada de carteles alusivos a ponerlo en silencio, apagarlo, etc., revela diversos grados de idiotez del usuario en cuestión, desde el que le suena a todo trapo y descuelga tan tranquilo (estos en el cine hacen lo mismo: la neurona no les da para más), hasta el que pasa desapercibido completamente hasta que lo ves al ordenar alguna estantería (el móvil estaba en silencio, sabe hablar como las personas y en voz baja, etc.). Algún día tengo que ponerme a categorizarlos, pero por ahora diré que el último tipo es el más agradecido... y que, de nuevo, me ha sorprendido el primero.

A una usuaria que se halla navegando por Internet le suena el móvil, con un volumen más que respetable (pero muy irrespetuoso). Rápidamente pone cara de avergonzada y se levanta rauda para dirigirse hacia la puerta. Eso lo hacen muchos: salen fuera, al descansillo del ascensor, para poder llevar a cabo la conversación o, si tienen más de una neurona, a indicar a quien llama que están en una biblioteca y que no pueden hablar. Normalmente, a estos no me da tiempo ni a avisarles. Pero lo de esta señora ha sido una curiosa variante. Como decía, ha salido a toda velocidad hacia la puerta; la ha abierto, ha salido fuera y, con la cabeza hacia dentro de la sala, se ha puesto a hablar en voz alta. Vamos, que no podía haberlo hecho peor, si no quería molestar. Me ha costado un poco aguantarme la risa cuando he ido hacia ella, pero creo que al final he logrado que comprendiera que sería interesante que su boca se hallase tras el cristal, ya que no parecía comprender que, ideal, lo que se dice ideal, es que el teléfono de marras no le hubiese sonado nunca.

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