lunes, 26 de enero de 2009

Otra de mantenimiento

No sabía si reír o llorar. Enciendo el ordenador, arranca aparentemente bien, pero no se conecta a Internet, ni al catálogo, ni a nada. La tarjeta de red ha decidido suicidarse. Pero lo malo de verdad es llamar a mantenimiento para que me vengan a echar una mano, estar 20 minutos al teléfono, y que cuando logre contactar con alguien me diga que no me pueden atender, porque su red está caída. Que llame otro día, vamos.

En casa del herrero...

¡El próximo día les envío los usuarios a ellos!

jueves, 22 de enero de 2009

Mantenimiento

Por una vez, una de las experiencias más desagradables de mi trabajo no ha tenido que ver con usuarios, sino con una mala pasada de la tecnología. Estar en el mostrador de préstamo y, de repente, oler a quemado, es muy desagradable, pero que el olor te llegue a saturar la garganta y, encima, que no se vea humo por ningún lado, es aún más preocupante. Mi compañero de ese momento, al percatarse del olor, soltó un “¡Oh, no!”, que no presagiaba nada bueno.

Resulta que unos quince días antes de este episodio, tuvieron uno muy similar. El mismo olor, quizá aún más intenso, acompañado, esta vez sí, de un humo gris que apareció sin saber de dónde. Avisados los bomberos y mantenimiento, se procede a desalojar la biblioteca (con todo el embrollo que conlleva, y el tira y afloja con los usuarios, que no sueltan su turno de Internet o su silla ni a tiros) y se espera la ayuda.

Los bomberos llegan manguera en mano, lo que obliga a pararles un poco los pies para que no inunden la biblioteca en su afán de apagar las inexistentes llamas. Puestos en antecedentes, buscan por todos lados la fuente del humo: no la encuentran.

Llega mantenimiento. Buscan la fuente del humo. No la encuentran.

Llegan otros de mantenimiento, esta vez del aire acondicionado, para ver si es de las salidas de climatización. No es de allí. Y como el humo desapareció y el olor con él, y al día siguiente todo funcionaba de manera normal, el asunto pasó al olvido.

Hasta el día en que, como decía, estábamos tras el mostrador y el olor regresó. Avisada la directora, esta vez se decidió no desalojar, ya que la intensidad parecía menor, y no se veía humo por ninguna parte. Eso sí, se avisó a mantenimiento. Al cabo de una hora, aparece un personaje, con su mono azul, y su cara de “a ver qué avería os habéis inventado hoy”. Y no, no exagero.

Imagínense la escena: un flujo constante de usuarios que va y viene por la sala, y que cada vez que se acercan al mostrador exclaman “Cómo huele a quemado, ¿no?”. Dos trabajadores que tienen que hacer turnos para salir a respirar sin dejar el mostrador desatendido, y el amigo de mantenimiento dando vueltas diciendo que ahí no olía a nada, que qué exagerados que somos. La frase que no olvidaré jamás, y se ha convertido en germen de esta entrada, fue la siguiente: mi compañero le dijo “¿Pero de verdad no hueles nada?” A lo que el amigo respondió “Etto ej que lo tiene utté ya en la cabesa”. Vamos, que estábamos paranoicos perdidos.
Cuando ya se iba a marchar, por suerte, apareció el humo gris que tanto se echaba de menos y, ahí sí que, raudo y veloz, nuestro paladín electricista localizó la fuente del mal que nos acosaba: el estabilizador eléctrico se había recalentado y amenazaba con fundirse. Ni corto ni perezoso, nuestro bienintencionado defensor le dio al interruptor correspondiente, llevándose por delante la corriente de nuestros ordenadores y de todos los routers del edificio, y eso sin avisar, claro. Tras la bronca, nos los dejó encender un momento, para cerrar bien los sistemas, y luego pasamos tres horas muy divertidas realizando todos los préstamos con papel y bolígrafo.

El colofón del día fue cuando bajó la directora a preguntar cómo había quedado la cosa y no puede evitar decirle la verdad: era todo psicosomático.

miércoles, 21 de enero de 2009

Decapando

Me comenta mi compañero Jordi una anécdota ocurrida en préstamo no hace mucho.

Desde hace un par de años, en las públicas vivimos una eclosión de nuevos formatos que han ampliado las posibilidades de elección cuando se trata de prestar películas o juegos. Si hasta mediados del 2006 teníamos aún VHS y vivíamos un momento estelar que no se apaga para el DVD, para los juegos teníamos unos (pocos) juegos de PC. En algún momento, uno o una de los responsables de compras se lanzó a la piscina y adquirió discos UMD para PSP, mientras que otros hacían lo propio con juegos para Wii, Nintendo DS o XBOX. Y, como no, en 2008 ya tenemos discos Blu-Ray a disposición del público.

Cuando aparece un formato nuevo (en las bibliotecas, se entiende), no nos cansamos tanto de publicitarlo como de instruir sobre su uso. Pero la anécdota a la que me refiero nos indica que todos los esfuerzos son pocos. No basta con indicar profusamente que esos discos de la caja azul NO son DVD y que NO son legibles con el aparato habitual. Te acaba viniendo un usuario así. Uno que se te acerca y te dice: "Este disco no me lo lee el DVD. Para mí que tiene una protección o algo. ¿Ves? Se ve como más grueso. Yo he intentado arrancar la capa esta de debajo, pero no lo he conseguido".

Luego está el que saca un DVD rayado y confunde "pulirlo" (lo que se consigue con algunas máquinas especiales muy efectivas), con pasarle el estropajo de níquel con muchas ganas a ver si así...

martes, 20 de enero de 2009

Por si acaso

Es curiosa la cantidad de gente que te pregunta “¿Es usted de la biblioteca?” o “¿Trabaja aquí?”. Que lo hagan mientras estoy colocando libros lo veo relativamente normal. Al fin y al cabo, podría ser un usuario devolviendo algo que acabo de sacar de la estantería.

Pero que me lo pregunten cuando estoy tras el mostrador, bajo un cartel que pone en letras enormes INFORMACIÓ (o similar), manejando el ordenador, con papeles sobre la mesa... entonces ya me cuadra menos. Algunos te sueltan “es que es la primera vez que vengo”. Esta gente, cada vez que entra en una tienda nueva, les preguntan a los dependientes “¿Usted trabaja en este local?” ¿Harán lo mismo con los que llevan uniforme? ¿Y con los taxistas? “No, verá, yo aquí le dejo el coche y ya se lleva usted, ¿eh? Que yo sólo estaba de paso. Ah, y no se olvide de activar el taxímetro ¡Y no me cambie la emisora de la radio!”.