lunes, 30 de septiembre de 2013

Interés concreto

En las bibliotecas públicas, como desde hace mucho ofrecemos acceso gratuito a Internet, atendemos muchas demandas relacionadas con la navegación. Suelen ser cosas sencillas y fáciles de explicar, del tipo, como accedo a la página del INEM o del banco, o por qué me sale tal mensaje en la pantalla. Lo malo es que a veces las preguntas se complican, y requieren tiempo y conocimientos especializados.
Por ello, desde hace también unos años, la mayoría de las bibliotecas disponen, un par de días a la semana, de personal con altos conocimientos de Internet e Informática. Este tipo de personal nos suele ser de gran ayuda, ya que pueden dedicar tiempo a un único usuario si hace falta, y conocen bien las dudas que se presentan. Lo habitual es que la gente te pregunte cuándo viene "el informático" y reserve para entonces, porque tiene una duda concreta.
Los usuarios suelen preguntar si el informático sabe de Photoshop, si sabrá mirarle lo de sus papeles, o si le podrá enseñar a grabar un CD, cosas habituales y lógicas.
Lo que no es tan normal es que una señora ya anciana, con paso trémulo y sonrisa en la cara, se acerque al mostrador y pregunte:

- ¿El viernes viene el chico de la informática?
- Sí señora. Y el miércoles.
- Ah. ¿Y es joooveeeennnn?


Ahí, las ideas claritas.

domingo, 4 de agosto de 2013

Ignorancia

Cuando una biblioteca pública de Barcelona cierra a las 20:30 de la tarde, a las 20:15 comienza a sonar música por los altavoces. Ya lo he contado en alguna ocasión, y es nuestra señal habitual de “vayan recogiendo”. A la vez, nosotros vamos también acabando temas, cerrando ordenadores, apagando luces, etc., y, sobre todo, comprobando que no quede nadie en la sala, en los baños, etc. Lo último que uno se espera si está en la planta más alta es que, con todo el proceso, y el tiempo de llegar a la planta baja, ver como aún queda gente en el mostrador de préstamo que, literalmente, no le deja cerrar el ordenador a la compañera.
-          Y ahora me miras este carnet.
-          Perdone, es que...
-          Y me renuevas todo esto. Y de este carnet también. Y de éste.

Hasta que, estando todos, pero todos, todos, en el mostrador de préstamo esperando para poder acabar la jornada, inevitablemente alguna salta.
-          Perdone, pero es que ya hemos cerrado.
-          ¿Ah sí?
-          Sí, a y media.
-          ¡¡Bueno, bueno, no hacía falta ponerse así!! ¿¡Cómo podíamos saberlo!?

Pues es curioso, pero hay un horario en la puerta, está sonando música a todo trapo, también hay horarios encima de la mesa (además de los que hay en Internet, que se pueden mirar antes de venir), hay un flujo de gente que sale por la puerta y nadie entra... en fin, pequeñas pistas.


Pero claro, no sólo hay que saber: hay que querer saber, que es lo difícil.

miércoles, 12 de junio de 2013

Preferencias

La mañana transcurre relativamente tranquila, sin prisa pero sin pausa. No hay demasiados usuarios, pero el goteo no cesa. De repente, suena el teléfono; la extensión revela que se trata de la compañera del piso de abajo.

- Te llamo para que te vayas preparando. Ahora subirá un usuario que no veas cómo habla. Media hora, me ha tenido aquí. Me ha preguntado tantas cosas que ya no sabía donde meterme. Y como le falta saber todo de la planta de arriba, va para allá.

El bibliotecario cuelga y se prepara mentalmente. La compañera de la llamada no es una novata pusilánime. Lleva años y ha visto de todo. Para que diga que un usuario pregunta mucho y habla por los codos, el nivel debe estar realmente alto.

Efectivamente, al poco se abre la puerta del ascensor y sale del mismo un señor de mediana edad, que se dirige sonriente al bibliotecario.

- Disculpa, ¿éste libro?
- En esa estantería.
- ¡Gracias!

El bibliotecario piensa inmediatamente que no es el usuario que le han dicho. Estará a punto de llegar, pero desde luego no debe ser éste. Una sola pregunta, muy cortés, pero sin comentarios, sin problemas, sin añadidos... algo sucede.
El bibliotecario espera dos, tres, cuatro minutos... Nadie más se acerca al mostrador. Descuelga el teléfono y marca la extensión de la planta inferior a la suya.

- Hola, ¿el usuario ha subido ya?
- Sí, por el ascensor.
- Pues si es el que ha subido, a mí apenas me ha dicho nada.
- ¿Quée? ¡Pero si no había quien le parara!
- Ya... pues va a ser que tiene muy claras sus preferencias.
- ¿Cómo? ¿Perdón?
- Eso, que tiene muy claro lo que le gusta.
- No lo pillo...
- ¿No?
- ¡No!
- A ver, ¿ha estado más de media hora muy cerca de ti, mirándote a los ojos sin parar, sonriendo, hablando, siendo amable...?
- Sí, todo eso y más
- Vale. Pues tiene muy claras sus preferencias.

- ...
- ...


- ¡¡Argh!!
- ¡¡Eso!!

viernes, 3 de mayo de 2013

Snif, snif



Ya he hablado en más de una ocasión de los puntos de libro, es decir, objetos que van entre las páginas del ejemplar para marcar el punto donde abandonamos su lectura. Pero creo que no había tocado una categoría que debe ser su prima hermana: objetos entre libros. Una categoría que, a juzgar por lo que le ha sucedido a una compañera hace nada, parece un mundo lleno de sorpresas interesantes.

La compañera que me contaba esto pertenece a una biblioteca de barcelona muy céntrica, un lugar de paso para gente de toda condición, para bien y para mal. Como cada día, ella estaba colocando libros en su sitio, y mientras ordenaba una estantería, de entre dos tomos cayó un paquete fino de papel de aluminio. Al recogerlo, la compañera se percató que soltaba un poco de un polvillo blanco bastante sospechoso. Enseguida lo llevó a su mostrador, para enseñárselo a su compañera. Ésta, ni corta ni perezosa, abrió más el paquete, con lo que una buena cantidad del dicho polvillo acabó en sus pantalones, los cuales sacudió vigorosamente para quitárselo, con pobres resultados, pero generando un picor extraño en la nariz de ambas chicas. Parecía claro que había que llamar a los profesionales.

Los agentes de la Guardia Urbana que se personaron en la biblioteca trajeron reactivos que dieron un hermoso positivo azul. Efectivamente, un paquetito de cocaína que alguien, viéndose atrapado en la última redada en el barrio, había tratado de esconder apresuradamente. Más original que tirarla por el retrete sí és...

viernes, 5 de abril de 2013

Devolución por caducidad



¿Se han preguntado alguna vez cuándo caducan los buenos deseos de Año Nuevo? Sí, esos que, de tan clásicos, ya son de chiste (lean El Jueves, por si lo dudan): apuntarse al gimnasio, dejar de fumar, aprender inglés...

Pues precisamente el de aprender inglés tiene fecha de caducidad demostrable: primer día después de las vacaciones de Semana Santa.

Les cuento: las bibliotecas públicas de Barcelona cierran siempre los cuatro días que van del Viernes santo al Lunes de Pascua, tengan el horario que tengan. Este año, además, han cerrado toda la semana (los 8 días), la mitad de las bibliotecas de la ciudad, pero hayamos descansado los 4 días habituales, los 8, o los que sea, cada año sucede lo mismo: el martes del regreso es un día fortísimo, de los de más trabajo del año. La mayor parte del trabajo la generan los documentos que nos devuelven: toneladas. Y ya que nos vienen a devolver cosas, ¿por qué no llevarse otras? Total: colas largas en todos los mostradores y carros llenos de libros a rebosar.
Libros que hay que guardar en su lugar correspondiente en la estantería. Y de ahí mi reflexión sobre la fecha de caducidad del aprendizaje del inglés. Hace ya muchas semanas que, cuando me preguntan por métodos de inglés básico, algo muy habitual, me veo obligado a responder que no nos queda nada. El aumento del paro también se nota aquí: el tiempo libre y la necesidad de mejorar el currículum nos lleva a intentar muchas cosas, incluyendo el tratar de aprender inglés con métodos multimedia de esos de libro más CD, que requieren una buena dosis de constancia. Bien, pues si la estantería de los métodos de inglés estaba que daba penica de lo vacía que se veía, después del martes está repleta otra vez: todo el mundo devolvió los métodos y libros de inglés que tenía prestados. Háganlo extensible también a los métodos de alemán (que cada vez salen más), y ya saben cuándo se acaba el fuelle de los buenos deseos.

martes, 12 de marzo de 2013

Más dura será la caída

Martes, día de cursos de informática. El Aula Multimedia de la biblioteca queda ocupada durante todo el día por las clases. Los ordenadores no se pueden reservar, previsión que se se hace con mucha antelación para, precisamente, que nadie pierda una sesión que no va a poder usar.

Aún así, siempre hay alguien, semana sí semana no, que viene al mostrador indignado porque había reservado un ordenador y ahora le dicen que no puede usarlo. Como no, contra más gritan y más se indignan, más equivocados están.

Hace nada he tenido un caso de estos. Un usuario me dice que tenía el ordenador reservado, etc., y cuando le digo que no puede ser, que el sistema no le permite reservar en un día como hoy, me grita "¿¡¡ME VAS A DECIR A MÍ LO QUE HE RESERVADO Y LO QUE NO!!?". Pues sí, se lo voy a decir, que para eso sí estoy aquí.

Cuando usas un tono de mayúsculas de Internet no necesito mucho más: ya sé que has metido la pata hasta el fondo. Ahora se trata de ver dónde. En este caso, es el mismo usuario el que, cuando le muestro la pantalla de reservas donde se ve claramente que la suya no está, me dice "Pues yo lo hice bien: día 11 a las 10...". Ooops. Alguien no tiene claro el calendario... hoy es día 12. Y has gritado y te has quitado la careta sin necesidad alguna. Muchas gracias. Ahora sé de qué pie cojeas y lo tendré en cuenta.

Este error es habitual. También lo es confundirse de ordenador, y yo haré siempre cuanto esté en mi mano para que todo el mundo tenga el mejor servicio posible, pero no está de más comprobar las cosas dos veces antes de ir a gritarle al bibliotecario, por mucho que sea lo fácil.

jueves, 28 de febrero de 2013

Pues casi mejor

Media tarde de uno de esos muchos días en que estamos a tope de gente. Las compañeras de préstamo tienen, como suele ser habitual, una cola de gente a la que atienden lo mejor y lo más rápido que pueden.

La puerta de cristal de la biblioteca se abre y se asoma un cani (muy cani), con unos auriculares enormes en las orejas. Sin meter más que la cabeza, grita:

- ¡¡¡Oyeeeee!!! ¡¡¿Aquí es donde no se pué gritaaaaarrr?!!

- Pueeesss... va a ser que no, no se puede gritar.

- ¡¡¡Pues entonces no entroooo!!!


Y se fue, claro.

viernes, 4 de enero de 2013

Ese extraño concepto del tiempo

En las bibliotecas públicas todavía realizamos cursos gratuitos de informática. Pequeñas cápsulas de pocas horas que permiten quitarse el miedo al PC o aprender a entrar en Internet. Tienen mucho público y están muy demandadas, así que cuando me llegan los horarios del trimestre, duran poco en el mostrador.
La inscripción para estos cursos se inicia siempre el día 15 del mes anterior. Es decir, para los que se realizaron en diciembre pasado, la inscripción se iniciaba el día 15 de noviembre.

Todo esto viene a cuento para explicar por qué me paso muchas tardes repitiendo la frase "sí, son los cursos de febrero, y tiene que apuntarse usted a partir del día 15 de enero".

Frase a la que, demasiado habitualmente me contestan con:


- "Ah, pues vengo mañana".

-"A partir del 12 ya estoy libre, ya me pasaré".

-"Sí, me apunto. ¿Me apuntas ahora?"



A ver... ¡¿qué parte de "día 15" no se entiende?!