viernes, 16 de diciembre de 2011

La gente cree que ya lo sabes todo


... hasta lo que te van a pedir.

(Nota: esta entrada es muy parecida a la anterior, lo sé, pero lo que sucede, sucede.)
Sube una usuaria desde otra planta donde mi compañera ha tenido que ausentarse y ha dejado bien visible un cartel que indica que para cualquier problema se dirijan a mi mostrador. Aunque es algo habitual, la usuaria me comenta toda extrañada si ahora es aquí (donde yo estoy) donde hay que pedir los libros. 
-         Porque estamos en horario, ¿no? -me dice.
-         ¿En horario de?
-         ¡Pues eso, de recogida!
-         Disculpe, pero no sé de lo que me habla –aunque me estaba temiendo que viniese a recoger un libro del Club de lectura, en cuyo caso llegaba, o muy tarde, o muy muy pronto.
-         Yo vengo a preguntar por un libro.


(Pausa dramática de unos segundos).


-         Y... ¿qué libro es? – le pregunto.
-         ¡Ah! ¿¡Pero te lo tengo que decir a ti!?

¡¡¡AAARRGHH!!!

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Informática psíquica

Situación aparentemente normal: a las cinco de la tarde me llama una compañera de otra planta avisándome que me envía una usuaria que tiene problemas para conectar el portátil a la red inalámbrica. Por suerte, cada vez tenemos menos problemas de este tipo. Windows Vista fue la bestia negra del tema hace un par de años, pero con la rápida desaparición del sistema, Windows 7 ha tomado el relevo y ha solucionado bastante las cosas. De todas maneras, algunos ordenadores con la versión Starter aún pueden dar guerra y dificultar la conexión.

  Efectivamente, al par de minutos aparece una usuaria y me dice que ella es la del problema.

 - Bien, veámoslo -le digo.

La usuaria se me queda mirando.

Espero. Me mira.

Espero. Me mira

Espero. Me mira.


- Disculpa, ¿puedo ver el problema? ¿Tienes el ordenador aquí?

- Ah, ¿lo enciendo?


Realmente, cada vez lo ponen más difícil.

lunes, 10 de octubre de 2011

Desubicados

He mencionado en más de una ocasión que gran parte de nuestro trabajo como bibliotecarios del sistema público se resumiría en contestar preguntas. Por ejemplo "¿Dónde encuentro este libro?", "¿Dónde tenéis la novela?" o "¿Dónde están los servicios?". Entre las preguntas y las peticiones ("Recomiéndame un libro, anda"), se incian casi todas nuestras conversaciones con el usuario. Pero digo todo esto porque hay una pregunta que me inquieta, que me dice que la gente va por la vida con visión de túnel, sin mirar arriba, abajo o a los lados.

Desde hace algo más de dos años, se ha implantado en nuestro sistema público de bibliotecas (en Barcelona) un sistema automatizado de reserva de turno para Internet. Ya he contado su funcionamiento en otra entrada, hace tiempo, pero resumiendo, permite que uno reserve ordenadores, a una semana vista, en cualquier biblioteca del sistema que tenga el mismo programa automático, en toda la red. Por ello, una de las entradas que el usuario se encuentra en la pantalla cuando reserva es la de "Seleccione biblioteca". Lo ideal es que el menú apuntara directamente como primera opción a la biblioteca donde realizamos la acción de reserva, pero como no es así y las lista en orden alfabético, el programa presupone que el usuario sabe dónde está.

¿Sí? ¿Seguro?





Pues no.





La primera vez que un usuario tenía problemas con el programa y me llamó para preguntarme "¿Qué biblioteca es ésta?" reconozco que me quedé algo descolocado. Al fin y al cabo, se supone que uno sabe dónde va, y más cuando el nombre de las bibliotecas se repite en la puerta, al menos, dos veces, y por dentro encontrarán el nombre en casi cualquier parte. Cuando me lo están preguntando 20 veces en una misma semana (y no exagero), creo que tenemos un problema. Y pasa en cualquier lado, y con personas de toda edad y condición. Quizá seguimos con el tópico de siempre: los usuarios no leen. Corolario: ¡ni el nombre de la puerta!


Hagan el favor: ¡miren dónde entran!

viernes, 9 de septiembre de 2011

Sin perder la esperanza

Primerísima hora de la tarde. Tanto que aún está girando la llave que abre la puerta para iniciar la jornada. Suena el teléfono en el mostrador de préstamo y mi compañera me pasa la llamada. "Una señora que busca un libro", me dice; pura rutina.
La primera curiosidad: el número es de Bilbao y, efectivamente, la señora confirma que habla desde la capital vizcaína.

- ¿Tienen el libro "Cómo encontrar marido"? - me pregunta.

El título es como para quedarse en la memoria, pero no me suena de nada. El catálogo no lo localiza por ninguna parte. Le pregunto a la usuaria si es muy nuevo o muy viejo.

- Es de hace 40 años - me suelta.

¿Alguien de Bilbao preguntando por un libro de una red de Barcelona? ¿De hace 40 años? ¿Para encontrar marido? Creo que alguien está preguntando en todas las redes bibliotecarias del país, y con muuucha esperanza en el ánimo... ¡Suerte!

viernes, 12 de agosto de 2011

¡Camarero, una copa de todo lo que tenga!

Primera hora de la tarde. Una usuaria con muchos años pero poca experiencia con bibliotecas entra por la puerta y saluda.

- Perdona, ¿tienes un listado de todo lo que hay aquí?


En serio, hay maneras más suaves para pedir un acceso al catálogo que no predispongan a la angina de pecho.

Por cierto, la mortadeliana frase del título es la mejor manera de expresar cómo se siente uno ante estas preguntas.

lunes, 20 de junio de 2011

Caridad cristiana

El bibliotecario pasa una de sus primeras tardes solo ante el peligro. Hace poco que ha cambiado de destino y está en una biblioteca que, aunque pública, conserva un importante patrimonio documental. Es consultable, pero las medidas de seguridad son exigentes. No se puede entrar con bolsas, ni siquiera con carpetas si no son transparentes. Normalmente no hay problemas. Muchos de los usuarios son habituales de la casa, conocen las normas y las cumplen de manera automática.

A media, tarde, el timbre del teléfono resuena en el mostrador. En la pantalla aparece que la llamada es desde la recepción. El jefe de seguridad le avisa que sube una usuaria que no ha querido dejar una carpeta. Y no han podido pararla.
"No han podido pararla...", piensa el bibliotecario. "¿Tan fuertemente armada está? ¿Quién narices estaba a punto de aparecer por la puerta, una levantadora de pesas ucraniana?"
Nada más lejos de la realidad. El gruñido de la pesada puerta de entrada precede una señora mayor, de pelo plateado, bajita y enjuta. Eso sí, con cara de muy mala leche tras sus gruesas gafas. Más tarde, el bibliotecario se enterará de que es monja, aunque no lleve hábito, que tiene 84 años, y que es una vieja conocida de la casa.

El teléfono vuelve a sonar:
-¡La carpeta! ¡Tiene que darte la carpeta! - le gritan desde recepción.
Efectivamente, la ancianita lleva en la mano una carpeta gris, de plástico, comprada sin duda en un bazar multiprecio (el bibliotecario tiene un par muy parecidas). La carpeta es pequeña, no cabe ni medio folio, pero la biblioteca ya ha sufrido robos irreparables, y las normas son las normas. La anciana se encara a nuestro sufrido funcionario:
- Qué, la carpeta, ¿no?
- Pues sí. Creo que usted ya sabe que no puede subir con ella.
-¡¡Pues no te la doy!!, grita la monja, mientras se va hacia una mesa.
El bibliotecario no tiene tiempo ni de contestar. El teléfono suena de nuevo.
-¡¡La estamos viendo por la cámara!! ¡¡No la atiendas!! ¡¡Si no te da la carpeta, NO LA ATIENDAAAAASSS!!

El bibliotecario cuelga. Se siente entre la espada y la pared. Por una parte, comprende la norma, pero la sensación de que alguien se está pasando de revoluciones no para de crecer. Y hoy no hay nadie a quien consultar, ninguna compañera más veterana, ni la directora.
De todas maneras, no tiene tiempo de volver a hablar con la usuaria. Ella misma se acerca y le entrega la carpeta.
- Toma, ahí tienes. Me la guardas tú. ¿Pero tú crees que yo me voy a llevar algo ahí? - levanta la mano derecha. - ¿Qué ves aquí? - le pregunta al funcionario.
- Mmm... ¿una mano?
- ¡¡Pero bueno!! ¡¡Será posible!! ¡¡NO!! ¡ESTA mano sufrió un accidente hace tiempo! ¡Estoy operada y bla, bla, bla! ¡Tengo 84 años, bla, bla, bla, bla!
El discurso es largo, y seguramente no es la primera vez que lo pronuncia. Quiere dejar claro que ella es una usuaria inofensiva que no se llevaría un documento aunque pudiera. El bibliotecario, al que eso le ha quedado claro hace rato, sólo espera que el mal trago pase lo más pronto posible. ¡Un viernes tenía que ser!

...


Han pasado dos meses. Una tranquila tarde de finales de primavera ve salir al último usuario de la sala, en busca de los agradables rayos de sol, que se acerca al solsticio de verano. El bibliotecario se relaja y piensa que la última hora de la jornada podrá catalogar bastante en paz. ¡Iluso!
La puerta se abre y aparece la monja. El bibliotecario la ha visto muchas veces en las últimas semanas, pero se ha limitado a intercambiar un educado saludo y a tramitar sus peticiones de periódicos del siglo XIX, donde la mujer busca obituarios con una velocidad y precisión digna de admirar. Pero esta vez, la petición es directa: la usuaria quiere acceso a una hemeroteca digital, sólo consultable a través de Internet. Busca una esquela concreta y pregunta cómo hacerlo.
El bibliotecario accede a la página y hace la búsqueda. La base de datos es rápida y efectiva, así que al cabo de poco, encuentran lo que busca la usuaria, la cual no para de sonreír. Parece realmente feliz.
- Hay que ver qué diferencia con el primer día, ¿eh? Ese en que me querías matar...
- ¿Cómo diceee? Me parece que no es así, ¿eh?
- ¡Ah, no! ¡Es cierto! ¡¡Era yo la que te quería matar a ti!!

martes, 7 de junio de 2011

¡Mi inspector del gas es un Terminator!

Desde luego, el mensaje está claro...


jueves, 12 de mayo de 2011

El que ya no está

Si miran los enlaces de este blog, verán varias páginas con anécdotas de teleoperadores. Confieso que siento debilidad por las múltiples anécdotas que se dan en ese sector, especialmente proclive al tema, aunque sólo sea por el enorme volumen de conversaciones que genera. Hoy me gustaría ofrecerles una de estas anecdotillas, pero contada de primera mano por mi querida Mornen. Les copio y pego de su correo, y les aconsejo lo mismo que ella a mí: ¡no lo lean en el trabajo!


"...pues estaba yo verificando una escucha de una cliente de 80 años que se ha pasado a Endesa...

Teleoperadora: y fue usted o su cónyuge quien firmó el día x los contratos...?
Clienta: huy, no, mi cónyuge se perdió hace un año...
T: ay, perdone lo siento...
C: (riendo) no ,tranquila, si está vivo... ¡¡Es que se fue con una furcia!!

Del grito que pegué se me quedó mirando toda mi zona... Y claro, luego explícalo... Menudas risas..."

martes, 5 de abril de 2011

Rechazando el préstamo

Una pregunta típica en un día normal:

- Dígame, ¿qué servicios permite usar el carnet de biblioteca?

- Pues le permite acceder al préstamo...

- ¡¡No!! ¡Yo no vengo a pedir dinero!


Por mucho que esté atento a las noticias, veo el problema de las hipotecas ha entrado en una nueva fase que no conocía: la paranoia.

lunes, 14 de marzo de 2011

El tabaco afecta a la ortografía

O el mono del mismo. La cuestión es que algo está pasando. Y si no, vean, vean...



¡Las persianas de los bares, que dan para mucho!

domingo, 13 de febrero de 2011

Exposición escéptica

En las bibliotecas públicas estamos contínuamente exponiendo documentos. Por exponer entendemos destacar un conjunto de libros, pelis, música, etc., habitualmente acompañado de un cartel alusivo y una guía sobre el tema. Las exposiciones pueden ser temáticas, para mostrar el fondo que tenemos sobre algo en concreto, sobre la obra de un autor, etc.
En nuestra biblioteca, por ejemplo, intentamos tener siempre activa una exposición temática con fondo de adultos y otra con fondo infantil, cambiándolas cada mes. Y esta semana, por fin, he conseguido un objetivo largamente deseado: ofrecer a mis usuarios una exposición de libros sobre escepticismo, ateísmo y pensamiento crítico.



No es que en la biblioteca pública no haya material de este tema; lo hay, pero desperdigado por el fondo, a veces parece que algo oculto y no siempre fácil de recuperar en conjunto, por lo que creía necesaria una exposición orientativa sobre el tema.



Me hubiese gustado llevarla a cabo mucho antes, pero como biblioteca de nueva creación, al principio no teníamos los volúmenes que me hubiese gustado ofrecer. Ahora, tras más de un año de ocuparme del departamento de compras, he podido reunir poco a poco una colección de títulos que diría que son básicos para conocer y comprender el tema. Lo mejor de esta exposición es que algunos títulos sólo están en nuestra biblioteca (al menos, en nuestra red). Somos pioneros en poner a disposición de los usuarios libros como éste o éste, y sólo por eso ya ha valido la pena.
Pueden descargar la breve guía que acompaña la exposición de éste enlace (en catalán). La exposición permanecerá en la biblioteca hasta el 15 de marzo de 2011 (¡o hasta que se hayan llevado en préstamo todos los ejemplares, si quieren!)

sábado, 1 de enero de 2011

Donaciones con bicho

Lo primero, los buenos deseos, que ésta es la primera entrada de 2011: ¡Feliz Año Nuevo! Aunque lea esto en diciembre, igualmente le deseo que lo pase lo mejor posible, le quede lo que quede de los 365 días.

Aunque hoy es festivo y no estoy trabajando, no puedo dejar pasar algo que me ocurrió ayer. Existe una figura de usuario que se dedica, el último día del año, a hacer limpieza de estanterías y cajones, y acercarse con los juguetes a donde pueda donarlos, a tirar papeles y facturas, y a llevar los libros a la biblioteca para ver si los queremos. Ayer vino uno de éstos.

Ya he comentado alguna vez las restrictivas normas de las bibliotecas públicas respecto a las donaciones: únicamente aceptamos aquello que tiene que ver con nuestra especialización, o con la colección local (sin perjuicio de examinar lo que nos ofrecen, que a veces hay libros nuevos de verdad). Esto no evita que, de tanto en tanto, si un usuario quiere regalarte algo te lo suelte encima del mostrador o lo deje en el buzón de devoluciones, a traición y con alevosía.

Imaginen que se les acerca un caballero con una mochila muy pesada, que abre y de la que rápidamente saca puñados de libros que te va apilando delante, a la vez que te comenta que a ver si los quieres, que si no los tiene que tirar, etc. Esta escena la he vivido más de una vez, pero nunca como ayer: al primer puñado de libros (algunos de los años '70 del siglo XX), una pequeña arañita (sí, esta entrada también va de ellas), trató de escapar de debajo de la pila, supongo que gritando para sí algo como "¡libre, libreeee!", con tan mala fortuna que el siguiente puñado de libros le atrapa una pata y la inmoviliza delante de mí. Sé que el usuario iba hablando y me decía algo, pero yo no podía apartar la mirada del pobre bicho y de sus inútiles esfuerzos para sacar la pata que tenía bajo una enciclopedia de mitología para niños. Me debatía entre comentarle al usuario si el arácnido venía incluído en la donación o era un habitante desplazado de su mochila, pero al final me pudo la compasión (¿o el asco?), y mientras el usuario seguía comentándome las excelencias de lo que quería regalar, me deshice del bicho más o menos disimuladamente con la ayuda de un papelito.

Así que ya saben: si van a donar libros (o a intentarlo), por lo menos, que vengan lo más solos posibles. ¡Gracias!