Cuando una
biblioteca pública de Barcelona cierra a las 20:30 de la tarde, a las 20:15
comienza a sonar música por los altavoces. Ya lo he contado en alguna ocasión,
y es nuestra señal habitual de “vayan recogiendo”. A la vez, nosotros vamos también
acabando temas, cerrando ordenadores, apagando luces, etc., y, sobre todo,
comprobando que no quede nadie en la sala, en los baños, etc. Lo último que uno
se espera si está en la planta más alta es que, con todo el proceso, y el
tiempo de llegar a la planta baja, ver como aún queda gente en el mostrador de
préstamo que, literalmente, no le deja cerrar el ordenador a la compañera.
-
Y
ahora me miras este carnet.
-
Perdone,
es que...
-
Y me
renuevas todo esto. Y de este carnet también. Y de éste.
Hasta que,
estando todos, pero todos, todos, en el mostrador de préstamo esperando para
poder acabar la jornada, inevitablemente alguna salta.
-
Perdone,
pero es que ya hemos cerrado.
-
¿Ah
sí?
-
Sí, a
y media.
-
¡¡Bueno,
bueno, no hacía falta ponerse así!! ¿¡Cómo podíamos saberlo!?
Pues es curioso,
pero hay un horario en la puerta, está sonando música a todo trapo, también hay
horarios encima de la mesa (además de los que hay en Internet, que se pueden
mirar antes de venir), hay un flujo de gente que sale por la puerta y nadie
entra... en fin, pequeñas pistas.
Pero claro, no
sólo hay que saber: hay que querer saber, que es lo difícil.
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