Ya he
hablado en más de una ocasión de los puntos de libro, es decir, objetos que van
entre las páginas del ejemplar para marcar el punto donde abandonamos su
lectura. Pero creo que no había tocado una categoría que debe ser su prima
hermana: objetos entre libros. Una categoría que, a juzgar por lo que le ha
sucedido a una compañera hace nada, parece un mundo lleno de sorpresas
interesantes.
La
compañera que me contaba esto pertenece a una biblioteca de barcelona muy
céntrica, un lugar de paso para gente de toda condición, para bien y para mal.
Como cada día, ella estaba colocando libros en su sitio, y mientras ordenaba
una estantería, de entre dos tomos cayó un paquete fino de papel de aluminio.
Al recogerlo, la compañera se percató que soltaba un poco de un polvillo blanco
bastante sospechoso. Enseguida lo llevó a su mostrador, para enseñárselo a su
compañera. Ésta, ni corta ni perezosa, abrió más el paquete, con lo que una
buena cantidad del dicho polvillo acabó en sus pantalones, los cuales sacudió
vigorosamente para quitárselo, con pobres resultados, pero generando un picor
extraño en la nariz de ambas chicas. Parecía claro que había que llamar a los
profesionales.
Los
agentes de la Guardia Urbana que se personaron en la biblioteca trajeron
reactivos que dieron un hermoso positivo azul. Efectivamente, un paquetito de
cocaína que alguien, viéndose atrapado en la última redada en el barrio, había
tratado de esconder apresuradamente. Más original que tirarla por el retrete sí
és...
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